Mi corazón no encontraba la manera de salir de mi pecho. Era el final.
Los últimos instantes de su vida estaban siendo alargados por una infinidad de cables y líquidos.
En su mirada ya no había vida. Era un cuerpo sin alma.
Su extrema delgadez delataban sus frágiles huesos. Aún recuerdo cuando su cabello comenzó a caer. Su tristeza quebraba mi corazón. No encontraba palabras de aliento. Solo miraba los mechones de cabello en su mano y mis ojos se volvían a estado líquido.
Todo habla de nuestras luchas, de aquellos interminables efectos secundarios de cada tratamiento, aquellas noches llenas de dolor, cada vez que le pedías a Dios que te quitara la vida para así descansar, cada gota de esperanza que encontrabas y intentabas aferrarte a ella. Todo aquello fue por nada.
En cierto momento del dia comenzaron a llegar personas que conocia pero sentia que nunca habia visto. Tios, primos, falsedad y hipocresia. Comenzaron a llenarme de abrazos, besos y palabras que para nada necesitaba. La veian con lastima. Lagrimas brotaban de sus ojos, pero yo solo veia un monton de mierda.
¿Donde estaban cuando tanto los necesité?
Tomé la mano de mi madre pero ella ya no tenía fuerzas para tomar la mía. Bese su mejilla y le dije -Descansa, yo lucharé cada día para que estés orgullosa de mi. –
Ella se marchó. Se fue todo. Quedé tan solo.
Todo se vino abajo. Mi respiración comenzó a fallar. Mis oídos dejaron de funcionar.
Creí estar preparado.
Mis gritos llenaron todo aquel pasillo. Ya no controlaba mi cuerpo. Golpeé a todo aquel que intentaba controlarme. Un pinchazo calmó todo aquello, para solo despertar en una camilla de aquel horrible hospital.